Esta es la historia de una fotografía. Cerca de las dos de la tarde, todavía bajo el influjo del poderoso anticiclón veraniego que invita al hastío, tras una mañana trepidante. La primera de tantas. La única por muchos motivos. El móvil recibía un mensaje y al intentar abrirlo se conecta casualmente la cámara, y el encuadre te invita a fotografiarlo. No es una foto de estudio. No rebosa calidad e incluso puede decirse que es una más que acabaría en la papelera. Se observa un par de llaves capaces de abrir todas las puertas y armarios de un enorme recinto; se atisba un estuche inmaculado cuya hebilla aún no se ha cerrado completamente. Tampoco se ha abierto mucho. Está recién estrenado. También hay unos papeles, salvaguardados en un plástico, de un tema que en breve empezará. Y todo ello enmarcado en una mochila, que hace la función de cartera escolar y cuyo color es el adecuado para dentro de un tiempo, cuando la suciedad por el roce y el uso se haga dueña de la misma. Es todo nuevo, recogido en un breve instante de asueto. Lo único viejo, degradado es otro plástico, de color rojo, y que lleva la etiqueta de Biblioteca. Puede llevar a confusión, hacer pensar que sus llaves se corresponden con dicho espacio, pero ese plástico andrajoso se eleva a la categoría de recuerdo. Un recuerdo en mayúsculas. Tan significativo e importante que me acompañará hasta que las llaves por desgracia se pierdan o definitivamente se cuelguen al abandonar su uso.
