Cuando Pasen Mil Años

En el leve rumor del ambiente se desprende demasiada energía, sobradamente inútil. Tintinean las campanas del mundo asiático pero apenas las dejan sonar. Es el rumor perenne del occidente, insaciable, que acalla cualquier quejido.

Reconozco que la paz que transmite su mirada es capaz de domesticar al niño que todos llevamos dentro. No en vano es capaz de silenciar y transformar quejas en alabanzas e incertidumbres en certezas. Y de manera gratuita. Con la pesada losa que cada uno lleva, transforma la ajena de una ligereza propia de la piedra pómez.

Y lo cierto es que sus rasgos ni son asiáticos ni tampoco avista más allá de las fronteras propias de la juventud. Ahí guarda su valor más excelso. Como un precioso sendero que proporciona levedad al atravesar el precipicio diario. Un guante adherido como piel en la mano. El amuleto capaz de proporcionarte singularidad. 

Inconfundible cuando pasen mil años.